
Invitación de la exposición.





Texto del catálogo
La simulación de Nadín y Simpson
Javier Gil
Catalogo de la exposición BIZARROS Y CRITICOS, Galería arte 19, Bogotá Agosto de 1993
Piezas recién envejecidas, recién “precolombinizadas” nos entrega Nadín Ospina en su sorprendente exposición. En ella se congregan hipopótamos, cocodrilos y tortugas extraídas de juguetes de circulación masiva; cabezas y figuras del famoso personaje de los Simpson en poses que lo asemejan a la solidez, frontalidad y atemporalidad de la estatuaria precolombina. Esta serie de elementos se disponen con el mayor rigor estético, simulando la presencia de un espacio artístico o antropológico. Las artificiales figuras, elaboradas con la mayor precisión técnica, dejan ver las fisuras, resquebrajaduras y decoloraciones que imprime el tiempo en los objetos antiguos. En tal virtud la exposición nos produce la extrañeza propia de lo que es y no es al mismo tiempo, de lo serio e irónico, de lo real y lo simulado.
Varias reflexiones, entonces, podemos desprender de las operaciones artísticas ejecutadas por Nadín Ospina:
– En torno al artista. Este desaparece en su condición clásica ligada al buen oficio, al estilo, a la autoría, a una personalidad única e individual.
Nada de eso se percibe en esta ocasión, un nuevo concepto de artista se insinúa, aquel que opera sobre cosas ya hechas, un operador de orden conceptual a partir de intervenciones mínimas. Casi que el merito artístico –en su sentido clásico– le corresponde al artesano con admirable técnica.
– Pone al descubierto la simulación generalizada que caracteriza nuestra época. Baudrillard ha indicado que asistimos al fin de lo real – original y la consecuente escenificación del simple signo de las cosas. De la verdad a la apariencia, del arte al artificio. Simulacros, pliegues y despliegues de una simulación que ya no esconde nada, simplemente anuncia la legitimidad de la lógica del simulacro. Nos hace ver la producción de “autenticidad”, la nueva industria de lo “autentico”, la genuina producción de “pasado”, siendo cada vez mas evidente nuestro feliz acoplamiento a esa lógica. Ya no buscamos verdades originales, nos conformamos con simulaciones. Artificialidad de lo natural, naturalidad del artificio. Lo culto y lo popular se emparejan en esta actitud, la diferencia radica en que unos optan por las reproducciones de arte o las flores artificiales, mientras que los grupos “cultos” optan por piezas que se esmeran en parecer originales, únicas, viejas, perfectas, verosímiles.
Aún dentro de esta lógica persiste el deseo común de diferenciación y distinción.
– A partir de la misma estrategia de simulación produce un comentario critico sobre como se produce la cultura por el museo. Simula un espacio antropológico para hacer evidente desde dentro –y con su propia lógica- los artificios y ficciones escondidos detrás de la presunta inocencia del museo. Por un lado el museo antropológico con su proceder conmemora el pasado como legitimo y sacro frente a un presente profano y relativamente vulgar. Eso lleva a fetichizar y fijar la cultura en ciertos “objetos” descontextualizados, despojados de sus vínculos vitales y de su “trabajo” cotidiano. La exhibición antropológica, por medio de esa abstracción, dota a los objetos de una lógica, una gramática y una estética que les es ajena. De paso produce un concepto de cultura indiferente a las practicas y experiencias cotidianas y ceñido a objetos que se han de guardar, contemplar y difundir como “obras de arte”. Esto se deriva directamente de lo lugares y formas de exhibición.
-En esa cadena de simulacros el artista hace un simulacro de si mismo. En anteriores oportunidades ha mostrado su obra con una disposición artística “seria”. Hoy se parodia a si mismo, crea un espacio similar a los anteriores, con la misma pulcritud estética, pero con distinta actitud.
-La cercanía de lo culto y lo popular se pone de manifiesto, una vez más, mediante la idea del coleccionismo. Mientras el hombre “culto” colecciona ,cree coleccionar o simula coleccionar originales, el hombre común colecciona –quizás con menos afán diferenciador– laminas o imágenes de los medios de comunicación. La magnifica imagen de un Simpson precolombino permite pensar una actitud similar entre el coleccionista de “originales” y el coleccionista de imágenes masivas.
Así mismo nos da que pensar en otras direcciones: Nuevas deidades provenientes del mundo, de los mass-media?, redes de contaminación de imágenes y tiempos?, proximidad absoluta de todas las cosas en la era posmoderna?, burla de ciertos valores?, critica a una presunta, original, e incontaminada identidad, poniendo en su lugar el sincretismo que sufre la misma identidad con diversas imágenes y tiempos?.
Quizás hoy se produce mayor identificación con las imágenes de los medios masivos que con una identidad remota e inmodificable.
En cualquier caso la reproducción seriada de hombres Simpson, mas allá de la sonrisa que despierta su alusión a los críticos, es un objeto que revela las desterritorializaciones de la cultura contemporánea. En esa figura se sintetiza el producto único con la producción industrial, lo original con lo masivo, lo sacro con lo cotidiano, lo pasado y lo presente, lo popular y lo elitista, lo fugaz con lo permanente. Se funde lo mas radicalmente distinto explicitando sus inesperadas proximidades, casi podríamos decir que el Simpson precolombino se constituye en un símbolo felizmente burlón y juguetón de muchos de los actuales desplazamientos culturales.

Magazin Dominical de El Espectador. Texto de Alvaro Medina

Revista Poliester. Diciembre de 1995. Texto de Carolina Ponce de León
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