
Retrato de los tatarabuelos de Nadín Ospina posando con sus hijos en Bogotá alrededor de 1900. Esta imagen fue encontrada por el artista a mediados de los años 1970 en la casa de su abuela paterna entre un desorden de cachivaches arrumados y polvorientos. Oculta y firmemente atada con gruesos cordeles dentro de un misterioso paquete como si hubiese el propósito de esconder la evidencia de algo indeseable. La imagen capta al páter familias un hombre de origen alemán cuyos padres arribaron desde Europa a zona rural de Colombia en circunstancias misteriosas a mediados del siglo XIX. Los rasgos del personaje son evidentemente caucásicos y su actitud claramente patriarcal. A su lado y en el centro del grupo su esposa sentada con cierta actitud de sumisión no exenta de dignidad de matrona, muestra sin lugar a duda unos rasgos marcadamente indígenas en su aspecto físico y en su pose ritual ancestral. Este encuentro fortuito significó para el niño una especie de revelación que le confrontó con su realidad cultural y con su identidad, ya que en su familia siempre se enalteció la pureza racial y se privilegió como un atributo deseable y noble el modelo físico europeo frente a las características fisonómicas autóctonas consideradas feas y vulgares. Esta circunstancia se convierte en motivo y tema del desarrollo posterior de toda su obra que aborda el mestizaje como problemática cultural y motivo de reflexión y crítica sobre factores de tensión social e histórica.

Esta pieza basada en la imagen de la familia del artista, remarca y reafirma desposeyendo de ocultamientos la condición mestiza de los personajes que son tridimensionalizados en una pieza en la que de un modo algo brutal se decapita a los circunspectos y altivos protagonistas para reemplazar sus cabezas por imágenes de diversas culturas prehispánicas de Colombia; como la cultura Muisca, San Agustín, Quimbaya o Tumaco. Con esta operación radical se ironiza sobre las identidades veladas y el ocultamiento de la filiación racial.