
“Invitado a exponer en México en 1995, con motivo de la exposición colombo mexicana que se titulara Por mi raza hablará el espíritu, Ospina sólo llevó unos dibujos. Allí contactó a un fabricante de réplicas que en lugar de trabajar con arcilla prefería hacerlo con resinas sintéticas, logrando la misma calidad de un original. Quería decir que hasta el material podía ser imitado con éxito y alcanzar, por lo tanto, la cumbre de lo doblemente falso. La idea lo dejó fascinado. No había leído aún La seducción de Baudrillard. Cuando se familiarizó con el pensamiento de este autor francés, corroboró que su obra se movía entre lo “más verdadero que lo verdadero” o “colmo del simulacro” y lo “más falso que lo falso” o “secreto de la apariencia”. Baudrillard menciona en su texto “la idea de una verdad alterada” como “única manera de vivir de la verdad”.
Se diría que estas agudas consideraciones guiaron a Nadín Ospina cuando realizó las diferentes versiones de El difusionista (1995), concebidas a partir de la controvertida teoría que desde el siglo XIX venía planteando que las civilizaciones mesoamericanas tenían su origen en Asia y más concretamente en la India, recogida en Colombia por Miguel Triana en su libro Los Chibchas. El malentendido derivó de los larguísimos picos de los guacamayos tallados en la famosa estela B de Copán, que el ilustre y muy serio investigador John L. Stephens describió “como la trompa de un elefante, animal desconocido en ese país”. Aunque Stephens hablaba de un parecido y no de una representación, la escueta verdad no hizo carrera. Dibujantes hubo, cuando la fotografía no era corrientemente utilizada en las investigaciones arqueológicas, que al acometer la tarea de reproducir relieves y glifos mayas se permitieron la licencia de remodelar el pico de los guacamayos y aun de sugerir grandes orejas con el propósito de que la figura resultante fuera más elefantiásica.
Con este divertido relato en mente, Ospina tomó la “verdad alterada” y la volvió realidad concreta. En México, trabajando a partir del fantástico dibujo que en el London Illustrated News acompañó un artículo de G. Elliot Smith, dibujo que se suponía era el de un friso maya con motivo de elefante, Ospina ordenó la realización de una urna azteca con un elefante en la tapa, urna que exhibió en el Museo del Chopo frente al dibujo apócrifo trazado en la pared. Al refigurar la urna, Ospina hacía completamente posible que el difusionismo de los historiadores G. Elliot Smith y D. A. MacKenzie adquiriera visos de certeza. Ni Smith ni MacKenzie sospecharon nunca que las pruebas no estaban en el pasado sino en el futuro, en la creatividad del artista colombiano Nadín Ospina”
Alvaro Medina. Libro Refiguraciones. 2000

“El interés de Ospina en el arte precolombino lo ha llevado al encuentro de los sorprendentes ejemplos de cercanías entre elementos de las culturas precolombinas y ciertas manifestaciones estéticas de antiguas civilizaciones orientales. Esta serie de coincidencias han sido analizadas por los defensores de la hipótesis de la “relación transpacífica” que preconiza la migración como base de algunos desarrollos culturales americanos.
Ya en 1994 en la obra El Difusionista presentada en el Museo del Chopo de la Universidad Autónoma de México para la exposición Por mi raza hablará el espíritu Ospina había tratado el tema. La obra es una instalación compuesta por una pieza central de cerámica: una urna a la manera de pieza de carácter precolombino con tapa rematada por la figura de un elefante, un dibujo ejecutado directamente sobre la pared y una banda sonora que repite un elemental y estereotipado tema musical oriental.
El dibujo en la pared es la copia de un grabado publicado en 1924 en el London Ilustrated News por el anatomista e investigador de momias Grafton Elliot Smith (1871–1937), quien simultáneamente había publicado el polémico texto: Elephants and Ethnolgists que suscitó un apasionado debate. Smith el más importante representante de la corriente antropológica llamada Difusionismo proponía que en algunos relieves de las pirámides de Copán y Palenque podían reconocerse claramente figuras de elefantes, animales que con toda seguridad no se encontraban en Mesoamérica al menos en época histórica, deduciendo que estas representaciones solo podían ser posibles gracias a una tradición visual traída por viajeros procedente de oriente.
El Difusionista, la obra de Ospina, es un comentario irónico a la arqueología y su incapacidad para dilucidar este problema, así como a las manipulaciones de los investigadores que en aras de un reconocimiento han sido capaces de falsear las evidencias creando confusos modelos especulativos. Con todo y las críticas a su interpretación el trabajo de Smith generó el interés por analizar el fenómeno y ha dado pie a numerosas indagaciones. En 1961 el arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada realiza excavaciones en el sitio denominado Valdivia en la costa norte de la provincia de Guayas en Ecuador encontrando un tipo de cerámica atípica de una antigüedad de 5.000 años que no correspondía a ningún desarrollo local que justificara su origen, concluyendo que sus antecedentes debían buscarse fuera el continente americano.
El tipo de cerámica con el que se encontró una similitud estilística y temporal más concluyente fue la elaborada durante el período Medio Temprano de la cultura Jomón del Japón que llegó a su florecimiento entre los años 3.500 y 2.500 antes de Cristo luego de una larga evolución que la sitúa como la cultura que creó la cerámica más antigua conocida hace más de 12.000 años. Los difusionistas sostienen que las semejanzas encontradas entre esta cultura de Suramérica y su correspondiente asiática solo son posibles gracias a los viajes transpacíficos y que no es probable su aparición tardía y espontánea en esta zona geográfica luego del largo viaje de la primera oleada humana procedente del estrecho de Bering.
Los aislacionistas por su parte atribuyen las coincidencias a invenciones independientes esgrimiendo la imposibilidad del traslado de viajeros a través de más de 9.000 millas de separación.
El investigador Chileno Jaime Errazuriz quién analizo la cultura Tumaco-La Tolita encontró evidencias, según él irrefutables, de una influencia oriental en esta cultura precolombina. Errazuriz se basa en la precisión de la sofisticada representación realista de esta civilización que retrata un durante un corto periodo estilístico la aparición abrupta de un prototipo humano perfectamente reconocible por sus rasgos orientales. Errazuriz publicó en el año 2000 para la Universidad Católica de Chile el estudio Cuenca del pacífico – 4.000 años de contactos culturales, un extenso análisis de las coincidencias estéticas entre producciones artísticas de Mesoamérica y Sur América precolombina con China, Japón, India y el Sudeste asiático en un camino de doble vía en el que no descarta la posible influencia de ideas provenientes de América en Asia. Catálogo de presentación de la exposición Nadín Ospina – El ojo del tigre – Museo de Arte Moderno de Bogotá. 2003

