Amazonía

Los estrategas. 1989. Pigmento mineral, arena y pva sobre resina de poliéster. 150 piezas (5 modelos distintos – 30 de c/u.)

23 x 33 x 15 cm c/u (promedio)

Colección Art Gallery of Western Australia. Perth.

Proyecto ganador de la Beca Francisco de Paula Santander. Colcultura. (1988)

“En la serie Amazonía (1985-1989) el color era  representación de atributos y cualidades geográficas,  históricas y emocionales.  

Era un momento de inmersión total en la acción pictórica.  El color del trópico, de la selva, del carnaval, del mercado  popular.  

Pintura con un sentido expresivo que implicaba una  intervención física intensa, como un combate cuerpo a  cuerpo con el objeto. Una metáfora de la violencia, de la  furia del clima y de los elementos naturales, del erotismo y  del paroxismo del ritual y la fiesta.”

Nadín Ospina. La Suerte del color

 

La Abisinia. 1987. Acrílico sobre lienzo y papier maché. 70 x 30 x 17 cm

Colección Benoit Junod.  Ginebra.Suiza


Babel. 1985. Acrílico sobre lienzo y papel maché. 45 x 30 x 14 cm. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Espíritu del sur. 1987. Acrílico sobre lienzo y papier maché. 60 x 60 x 12 cm

 Los astrónomos. 1987. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 35 x 150 x 35 cm. 4 piezas

Colección Biblioteca Pública de Frankfurt. Alemania.

 Los astrónomos. 1987. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 35 x 150 x 35 cm. 4 piezas. Colección Biblioteca Pública de Frankfurt. Alemania.

Los Pensadores. 1989. Acrílico y pigmento mineral sobre lienzo, resina de poliéster y sistema
eléctrico de movimiento. 150 x 60 x 60 cm c/u.
Colección Bass Museum. Miami. Florida.
Donada por los coleccionistas Jock Truman y Eric Green

Los equilibristas. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 41 x 10 x 25 cm

Colección particular. Miami.

Los equilibristas. 1989. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 46 x 12 x 25 cm

Collection Art Gallery of Western Australia. Perth.

Río. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 90 x 50 x 13 cm

Atrapagatos. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina de poliester. 120 x 120 x 45 cm aprox.
Colección Benoit Junod. Ginebra. Suiza.

Refiriéndose a las obras de este período el historiador  Germán Rubiano argumenta:  

“La producción de Ospina ha mezclado eficazmente la  pintura con el arte tridimensional. En verdad, sus obras  pueden verse como pinturas con soportes no  convencionales – pinturas hechas, en la mayoría de los  casos, de regados de muchos colores sobre una base  monocroma- o como esculturas realizadas con lienzas y  alambres, con papier maché y, en los últimos años con  resina de poliéster, cuyas superficies aparecen recubiertas  de colores vivos, salpicados y chorreados.” 

En el catálogo de la exposición Espacio y Color en el  Museo de Arte Contemporáneo (Bogotá 1988) escribí:  “El color de mi obra tiene que ver con el trópico, con la furia  de nuestro clima, con lo exuberante, con lo emotivo, con lo  solar, hay una especie de lírica caótica en esas  chorreaduras de color, de pronto como magma, de pronto  como efusión seminal o como sangre que fluye tras la  acción violenta”. 

Eduardo Serrano en el catálogo de la exposición Los  críticos y el arte de los 90’s que se presentó en 1990 en  el Museo de Arte Moderno de Medellín y en el Museo de  Arte de la Universidad Nacional de Bogotá dice:  “Aunque tiende a pensarse lo contrario, no existe  relaciones entre la crítica y el vaticinio del futuro. La  primera se basa en realizaciones concretas, e ideas  presentadas visualmente y evaluadas e interpretadas por  estudiosos y diletantes, mientras que el segundo es  producto de ilusiones, sueños y auspicios que son la  especialidad de nigromantes y vates. Además, la  creatividad es por definición impredecible. Pero hay valores  en la producción de algunos artistas jóvenes que permiten  cierta seguridad en su permanencia. Trabajos como los de  Luis Luna, Consuelo Gómez, María Fernanda Cardoso y  Nadín Ospina, los cuales, habiendo dado buena prueba de  sensibilidad y talento, incitan al crítico a pensar en un  desarrollo de conquistas y sorpresas, y por ende, a  penetrar un poco en el resbaladizo terreno de los augurios. 

La obra de Nadín Ospina, por ejemplo, ha constituido una  ruptura, un cambio, una apertura a nuevas áreas tanto para  la pintura, como para la escultura colombiana. Como  pintura no solo ha abandonado el bastidor y los formatos  tradicionales, sino que ha acogido un soporte  tridimensional, que representa figuras reconocibles. Lejos  de limitarse a los objetos manufacturados, Ospina  construye sus figuras otorgándoles el tamaño, textura y  características precisas para que actúen como fundamento del color y como apreciaciones personales. Algunas de sus  obras son monocromas, pero la mayoría están cubiertas  con numerosos colores chorreados y salpicados sobre un  tono base, evidenciando objetivos gestuales y de  espontaneidad.

Arbol de la esperanza. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 190 x 165 x 50 cm. Colección Museo de  Bellas Artes de Caracas. 

En cuanto a la escultura, Ospina ha retomado la figuración  abandonada en el país desde mediados del siglo (si no se  cuenta la estatutaria y uno que otro experimento  interrumpido) para internarse en lo que se podría  denominar “un expresionismo sui generis”. – No sólo sus  colores se alejan rotundamente de la realidad y sus figuras  aparecen fragmentadas con el ánimo de acentuar  determinadas reflexiones, sino que sus obras tienen cierto  aire de piñata, pesebre o carnaval, conduciendo al  espectador a un estado anímico -entre la conciencia y la  inocencia, lo trascendental y lo festivo- en el cual operan  más efectivamente sus ideas.

Pero, es más. El artista ha abandonado a menudo el  concepto de la obra de arte como objeto único íntegro, y se  ha internado en el campo de las “instalaciones”  depositando en la conjunción de varios elementos, el  sentido de sus piezas. Trabajos como la serie de tapires negros  (de reciente adquisición por el Museo de Perth, Australia),  en la cual el humor se alinea con la ecología para producir  una instalación entre acusadora y tierna, o como la manada  de ciervos (propuesta para un parque en Ciudad Salitre, en  Bogotá) en la cual la historia se una con la diversión para  producir un monumento que también es un comentario  sobre la vida urbana, son dos ejemplos recientes de su  inclinación por este tipo de obras. 

Se podría argumentar también sobre el interés técnico del  trabajo de Ospina quien ha pasado del modelo de ” papier  mache ” al vaciado en poliéster, o se podría teorizar sobre  la paradójica dualidad entre su proceso de producción artesanal, y sus materiales industriales, para justificar su  escogencia como uno de los artistas más destacados de  una década que apenas se inicia. Se podría así mismo citar  que aparte de confrontar la figura humana sin miras  académicas, Ospina ha representado objetos cotidianos al  igual que numerosos escultores modernos, y que ha  añadido sus tapires, guacamayas y ciervos al gran  zoológico que conforma la escultura del siglo XX (de  Brancusi, Pevsner y Picasso, a Julio González, los  surrealistas y Calder), para demostrar su contemporaneidad o sus conocimientos de la historia del  arte. 

Pero lo mas importante de su obra es que revela una firme  voluntad de romper con todo convencionalismo y una  actitud abierta independiente y libre, así como una  tendencia a probar y actuar intuitivamente y un gran interés  en el misterio y la frescura de la naturaleza. Su trabajo  también pone de presente cierta conexión subterránea  entre el arte de hoy y los símbolos de la prehistoria mítica y de allí ese efecto entre mágico y simbólico que la  caracteriza, efecto que me entusiasma y motiva  especialmente como crítico de arte. 

Si a todo lo anterior se añade que su obra se abre siempre  en múltiples vías para su interpretación (como comentario,  crítica, ornamentación, llamado ecológico y señalamiento  nacionalista, por ejemplo), y si se tiene en cuneta su corta  pero densa trayectoria, resulta apenas razonable augurarle  a Nadín Ospina un futuro promisorio sin que por ello tenga  el crítico que internarse en el inquietante reino de los  auríspices y quiromantes.”

El último guerrero. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster y llave de reloj. 38 x 12 x 27 cm

Colección Benoit Junod. Ginebr. Suiza.

Sísifo. 1987. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 160 x 45 x 45 cm.

Colección Celia Birbraher. Miami.

Sísifo. 1987. Acrílico sobre lienzo y resina de poliéster. 160 x 45 x 45 cm.

(Detalles)

Colección Celia Birbraher. Miami

Los románticos. 198. Acrílico sobre lienzo y resina. Instalación de tres piezas . (110 x 70 x 45), (110 x 60 x 45) y (100 x 50 x 50).

Ángel. 1988. Acrílico sobre lienzo y resina. 180 x 30 x 20 cm

Colección Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

Retrato de familia. 1988. Acrílico sobre lienzo, resina de poliéster, texto sobre papel y sistema

lumínico. 100 x 100 x 20 cm

Colección Alfonso Pons. Caracas.