NADÍN OSPINA EN LA GALERÍA ARTE 19 

POR CARMEN MARÍA JARAMILLO. Revista Art Nexus 1991

La exposición que Nadín Ospina presentó el pasado mes de junio convirtió  a la Galería Arte 19 en una especie de recinto sagrado, donde bien pudiera  haberse oficiado una ceremonia. 

El rito respondería a la llamada religión del fin de siglo: el arte. 

 El sentimiento religioso del hombre contemporáneo busca espacios  que en muchos casos no encuentra en los credos tradicionales. “El arte — según Nadín Ospina— puede llenar ese espacio espiritual que en muchas  personas ocupa la religión. Crea nuevos íconos que responden a las necesidades del momento. Frente a una pieza artística, el espectador  puede sentir la misma reverencia que antes sentía ante la imagen del  Sagrado Corazón”. 

A las puertas del milenio que llega, la posmodernidad ha iniciado una  revisión minuciosa de la razón —sustrato de la modernidad— y ha  desmontado gran parte de los mitos que ella tejió. El gran victorioso de  esta nueva mirada ha sido el arte, que trasciende el dominio de lo racional  y el cual se ha convertido en el refugio espiritual que busca el hombre de  nuestra época. 

Al entrar en la galería, se encuentran pocas obras, dispuestas por el  escultor de una manera sobria y ascética. El empleo de colores como el  negro y el azul en una tonalidad vibrante y profunda, una disposición  ordenada y simétrica y el ánimo figurativo de las piezas, consiguen esa  atmósfera donde conviven lo mágico y lo sagrado. En los trabajos se  produce una fusión de imágenes pertenecientes a diferentes culturas  ubicadas a lo largo de la historia, en la cual confluyen Oriente y Occidente,  civilización y barbarie. 

El tratamiento simbólico otorgado a cada una de las esculturas y la síntesis  de características esenciales de deidades, elementos rituales y creencias,  propios de diversos pueblos, consiguen hablar a un inconsciente colectivo.  La sensibilidad, la intuición, la libido o el sentimiento religioso se movilizan  al ser tocados por estas obras ricas y múltiples. 

En esta ocasión, animales con cornamenta como cabras, gacelas y ciervos  son objeto de la búsqueda del artista. El venado, recurrente en sus piezas  desde hace algún tiempo, no sólo es representativo de nuestra fauna sino  que es importante para la subsistencia de diversos pueblos alrededor del mundo y, así mismo, en muchos de ellos ha sido elevado a la  categoría de deidad, adquiriendo la doble connotación de codiciada presa  de caza e imagen sacra. A través de este ciervo nativo, el artista nos habla  tácitamente del mestizaje americano. En la obra ‘Santuario”, cada una de las siete campanas de bronce que la componen, son coronadas por dos  cabezas de venado. Un instrumento característico del catolicismo está  fusionado a un animal que abundaba en nuestro territorio antes de la  llegada de los españoles; el encuentro brutal de dos culturas se refleja en  este trabajo, donde de este ejemplar sólo quedan las cabezas a manera de  trofeo. 

En la obra “Pasionario” continúa con su obsesión por este animal y dos  pequeñas cabezas de venado se encuentran en la base de un círculo que bien podría ser una corona de espinas. Los símbolos se sintetizan en esta  obra, elaborada en resma de poliéster y pintada en un azul óptico de gran  intensidad, color que podría asimilarse al que se produce en ese instante de la luz que divide al día de la noche. A una escultura figurativa como ésta,  el tono le otorga una magia indudable que desecha cualquier intención  naturalista y lo ubica en la categoría de imagen. En un momento como el  actual, donde en la obra tridimensional de los jóvenes artistas prima el  interés por lo abstracto, o por los materiales de desecho, y la estética de lo  feo, Ospina asume la figuración y aúna formas que no riñen con un sentido  clásico de la belleza, con intereses propios del arte contemporáneo que le  dan completa vigencia a sus trabajos. Materiales sintéticos, pintura sobre  escultura, la instalación como la manera de presentar las piezas, la  estilización de las formas y su interés icónico, son algunas de estas  características. 

La lucha entre la vida y la muerte queda consignada en “la edad de fuego”,  obra ubicada en el centro de la galería. Cuatro cabezas de cabras de  Córcega cuya espléndida cornamenta simboliza su madurez sexual, son  sostenidas sobre sendas bases de bronce que terminan en patas de cabra.  El sacrificio religioso y la cacería como deporte confluyen en esta imagen.  La obra puede leerse como el triunfo de la vida y a la vez, paradójicamente,  puede mirarse la victoria de la muerte. Los animales, en el momento en  que están en su plenitud para perpetuar la vida, quedan convertidos en  trofeos que consignan la victoria del hombre sobre la naturaleza, en una  sociedad para la cual la depredación del medio ambiente se convierte en  signo de status y poderío económico. 

No obstante, los trabajos de la exposición están lejos de cualquier discurso  moralizante. Aunque el interés ecológico puede ser una de sus lecturas, la  escogencia de animales en extinción, según el artista, responde más a una poética, un tanto romántica, de saber que ejemplares de tanta belleza,  fuerza y riqueza visual, pueden desaparecer, que a un militante discurso  ecológico. Por eso su obra siempre está abierta. Admite miradas diversas y  múltiples desde una óptica donde prime lo lúcido, estético, conceptual,  religioso, etc. La riqueza de sus connotaciones hace que no responda a los  códigos de una cultura específica, sino a lo religioso, a las pulsiones,  sentimientos, sensaciones e imágenes comunes a los hombres de los  distintos pueblos del mundo. 

Podemos afirmar entonces, que en esta exposición encontramos la obra  madura y depurada de un escultor que indudablemente se perfila como  uno de los más importantes del país.