NADÍN OSPINA -EL OJO DEL TIGRE 

Natalia Vega 2004

Introducción

Nadín Ospina en su instalación El Ojo del Tigre parece divergir  abruptamente de su trayectoria artística. No sólo abandona la iconografía de  raíces locales (animales nativos, y refiguración del legado arqueológico precolombino) al presentar una imaginería orientalista –sinojaponesa-, la cual a primera instancia remite al espectador a una realidad distante y ajena, sino  que se aleja del trabajo prioritariamente escultórico con el que su audiencia  ya estaba familiarizada para utilizar la pintura y el video como principales  medios expresivos. Sin embargo, una inspección más detallada de esta  instalación pone de manifiesto el hecho de que el artista se encuentra en  pleno proceso creativo, abierto a nuevas indagaciones, y dispuesto a romper  con los propios modelos de sus logros anteriores, y revela una inesperada expansión de su trayectoria y una exploración más profunda de ideas ya expuestas por él anteriormente que lo corroboran como uno de los más  articulados y complejos artistas neo conceptuales de América Latina.

Nadín Ospina ha seguido de cerca los drásticos cuestionamientos post modernistas acerca de la práctica artística contemporánea pero siendo  latinoamericano, ha participado en estos desarrollos desde una perspectiva  ya desplazada. Los fenómenos enunciados por Jean Baudrillard, tales como  la apropiación y duplicidad de imágenes, carencia de referentes originales y  utilización de los ya mediados, y la existencia de realidades simuladas que resultan en la evanescencia de los límites entre lo real y lo ficticio, para  Ospina están estrechamente ligados con la (im)posibilidad de construir una  identidad social, tanto histórica como contemporánea, del continente.

En El Ojo del Tigre, Nadín Ospina continúa con el recurso de apropiación de  imágenes populares de variado acervo cultural. En esta obra, yuxtapone  objetos kitch orientales, elementos de los medios de comunicación masiva – personajes de manga (tiras cómicas) y anime (dibujos animados) japoneses al lado de obras canónicas de la arqueología china y latinoamericana para  generar en computador nuevas imágenes posteriormente reproducidas por  sus colaboradores1. Al mismo tiempo que reconoce las muchas fuentes de  generación de imágenes y desafía el concepto de originalidad,  desmitificando las nociones de autoría y autenticidad, paradójicamente,  presenta su obra final como un producto manual de labor intensa y factura  perfecta.

El artista aborda el medio pictórico, buscando una recuperación de la pintura  en términos historicistas; aunque de temática orientalista, algunos de sus  objetos pintados sobre fondo negro, y con frecuencia sobre un tondo, o  formato circular renacentista, remiten a la tradición clásica europea de las  naturalezas muertas, o de dibujos científicos naturalistas. En Bodegón  Oriental (2002), yuxtapone objetos disímiles, -esculturas felinas  precolombinas y chinas, un personaje de manga, y la representación de un  felino real, para realizar una reinterpretación contemporánea del Bodegón de  Cacharros (c.1650), de Zurbarán, la primera naturaleza muerta europea en  incluir objetos de tipología americana2. La pureza de formas, austeridad de  composición, y el rigor en la disposición de los objetos en forma de frizo, que en Zurbarán tendrían implicaciones litúrgicas, en el contexto de la obra  de Ospina tienen la connotación de una instalación museográfica como escenario para articular narrativas históricas. 

La imaginería sinojaponesa ha sido recurrente en la trayectoria de este  artista; en décadas pasadas la presentaba ocasionalmente, solo por medio de  elementos excéntricos, y recurría a ella de manera intuitiva como en el caso  de los Budas yuxtapuestos a objetos de variadas culturas en la pintura Axis  (1985) y en las esculturas de Los Críticos (1994). En La línea de Java (1985), una serie de pequeñas figuras de hombres amarillos, ya exploraba el  tema de la migración por el trópico de Capricornio, y en El difusionista I  (1994), una instalación con banda sonora oriental -que incluía una cerámica  “precolombina” con la representación de un elefante,- ya enfocaba su  atención en la relación de la culturas orientales con la identidad  latinoamericana, tema llevado a un lugar protagónico en su obra actual. 

Aunque la actual utilización de precolombinos para señalar fenómenos de  penetración cultural tiene continuidad directa con la trayectoria anterior,  Nadín Ospina efectúa un viraje en el tema del neocolonialismo al asociarlo  con las culturas orientales y no con la cultura popular estadounidense. Para abordar los temas de la relación neocolonial y la globalización se enfoca en  tres factores que le permiten expandir los alcances de su reexaminación. Primero, la obra se alimenta de las tradiciones orientalistas del japonismo  y chinoiserie, centrales en el desarrollo de la cultura pictórica occidental,  con sus componentes de exotismo y esteticismo, sus implicaciones en la  construcción de estereotipos femeninos, y en la articulación de conceptos de  alteridad; en segundo lugar, reitera la continuidad y globalidad del  fenómeno de penetración cultural oriental a través de objetos  contemporáneos de consumo (kitch y pop), y medios de comunicación  masiva; y, por último, explora la teoría cultural del difusionismo, teoría que localiza las raíces de algunas características indígenas en las culturas  asiáticas de la antigüedad.  

Esos tres factores que pone a consideración, -que ameritan un análisis por  separado en este texto,- le permiten a Nadín Ospina abordar la cultura y la  percepción de oriente desde puntos de vista múltiples, resultando en una  visión más abierta y compleja de las relaciones culturales y del  neocolonialismo, y apartarse de cualquier definición monolítica de  identidad. Delante de su obra, una cacofonía de voces involucra al  espectador de maneras inesperadas, ya que en ocasiones le suscita una  mirada estética, científica, o de teórico social; la habilidad y ambigüedad de su discurso conducen al espectador a un terreno inestable y movedizo, a la situación inquietante de estar mirando al otro y resultar mirándose a sí mismo, de no saber si es quien mira o es mirado, si se es sujeto u objeto de  esas variadas aproximaciones. 

ORIENTALISMO

Ospina explora en El Ojo del Tigre la articulación de Oriente plagada de  estereotipos, clichés, y prácticas reduccionistas, donde la China, el Japón y  otros países del sudeste asiático se obliteran, y hacen parte de un discurso  que América Latina heredó de occidente.

Cuando el comodoro estadounidense Matthew Perry abrió las puertas de  comercio del Japón con el tratado de Kanagawa (1854), en Francia e  Inglaterra se puso de moda el japonismo, que se sumaría al legado  decorativo de chinoserie, ya en boga desde el Siglo 18; las tiendas L’Empire  Chinoise y la Porte Chinoise en París se constituyeron en sitios de reunión de escritores tales como Charles Baudelaire y Èmile Zola, y de los artistas y  coleccionistas Èdouard Manet, Edgard Degas y Henri Toulose-Lautrec, interesados en elementos formales -el colorismo puro, la expresividad lineal,  las composiciones asimétricas y la perspectiva aérea.

La imagen de la mujer japonesa, frecuente en los grabados ukiyo-e, fue  también motivo de inspiración y especial fascinación. El marino y escritor  Pierre Loti, en su novela Madame Crisantemo (1888) creó una narrativa que  reflejaba la mentalidad colonialista de la época: el protagonista en sus  aventuras por tierras exóticas, siempre sostenía encuentros con la mujer  oriental en los que había una relación de entrega y abandono, glorificando  así al héroe conquistador europeo. Esta narrativa, posteriormente inspiración  de la ópera Madame Butterfly (año), de Giacomo Puccini, – articuló una  imagen de la mujer oriental la cual degeneró en el estereotipo de la geisha que ha perdurado hasta nuestros días. 

Nadín Ospina alude a este estereotipo en los clips de video donde se ponen  de manifiesto las implicaciones de exotismo y erotismo, y se reitera la  intensa y continúa fascinación por el oriente imaginario en la actualidad  como lugar exótico, presentado paralelamente al concepto de mujer, en  términos de oposición binaria de alteridad y subordinación (ella al hombre,  y oriente a occidente)3. En la performance de Madame Butterfly4, presenta  una actualización del tema, creando un nuevo tipo de heroína, al transformarla con los atributos de Cherry, una de las populares Saber Marionette de Jade.

GLOBALIZACIÓN

En años recientes, la corriente orientalista ha sido re-alimentada por el  consumo de nuevos productos populares, y especialmente, por una nueva  oleada de imaginería oriental generada en los medios de comunicación, especialmente poderosa para las generaciones más jóvenes. Esta proliferante  imaginería de alcances globales ha prosperado en el borde de la cultura  internacional, y la refiguración de elementos orientales ha convergido en un  estilo neo-asiático, presente en publicidad, moda, música, industrias, y  prácticas del new age; lo neo-asiático se ha convertido en una tendencia de  cultura internacional, una cultura global producida en Londres, Nueva York  o Singapur. 

Este resurgimiento del orientalismo cultural no tiene ninguna relación con la formación ni el fortalecimiento de identidades nacionales, sino con la  formación de identidades personales y sociales; por medio de él, se reinventa  un futuro a través de la imaginación de China y Japón; se redefine la persona  moderna, el ciudadano global del futuro como una nueva clase de gente, con  rasgos que resultan similares a los personajes de los animas: inescrutables,  pasivos, infantiles, alternativamente víctimas y perversos, en constante  mutación, y siempre por definir 5.

Para Nadín Ospina, las representaciones de personajes populares de las últimas décadas, nuevos héroes de la mitología popular, encarnada en los  personajes de manga y anime japoneses con sus constantes  transformaciones, son paradigmáticas del fenómeno del desvanecimiento contemporáneo de identidad. A través de ellos, acomete el tema  fundamental de los procesos de globalización en América Latina, participa  en la controversia acerca de la tendencia global de homogeneización de  formas culturales, y subraya la imposibilidad de proyectos nacionalistas y  relatos históricos lineales.

 DIFUSIONISMO

Al incorporar el punto de vista del difusionismo en su discusión acerca de la  relación con oriente, Nadín Ospina altera la perspectiva del problema,  desplazándose a sí mismo y al espectador a un lugar privilegiado que los involucra como protagonistas u objetos de la pesquisa. El objetivo de su  temática de la visión de oriente es el examen de la identidad propia.  Nadín Ospina recurre a la consideración del hecho histórico de que la  población indígena de América, ha provenido de grupos mongoles de la  China, y se fascina con la posibilidad de un legado asiático en las culturas  precolombinas, y de la transmisión de rasgos culturales de Asia a América a  través del Pacífico. Especialistas en culturas precolombinas con frecuencia  han descrito afinidades formales y simbólicas entre los objetos  precolombinos y los asiáticos, tema que ha sido objeto de estudios recientes  y de deliberaciones arqueológicas y que ha sido explicado por dos corrientes  opuestas de pensamiento, los invensionistas y los difusionistas

Los invensionistas defienden la teoría del desarrollo autónomo de las  culturas indígenas americanas, considerando que sus culturas se generaron  independientemente de las asiáticas, y que las coincidencias reflejan una  evolución paralela en ambos lugares. La mayor reserva de estos arqueólogos  para aceptar que hubo varias oleadas de migraciones que trasladaron algunos rasgos culturales ya elaborados, es que jamás se ha encontrado la evidencia  definitiva, los objetos asiáticos en América. Los difusionistas, en cambio,  sostienen que las coincidencias son tantas, que la cultura además de tener  raíces en lo asiático, deben haberse alimentado a través de oleadas  migratorias posteriores al paso por el estrecho de Bering. Añaden además,  que no se han encontrado aún los precedentes regionales de culturas  formativas como la Olmeca y Chavín, las que no pueden haberse originado por generación espontánea y aparecido en su apogeo en el año 1200 a.c; para  ellos, algunos adelantos súbitos solo pueden explicarse por oleadas de  influencia asiática llegadas a través del Pacifico, y gracias al desarrollo de la  navegación china y del sudeste asiático. En sus obras anteriores “Axis” y  “Los Críticos“, Ospina con su acostumbrado humor, yuxtaponiendo una  escultura de Buda a objetos pre-colombinos, pareciera haber ubicado ese  eslabón perdido de la arqueología, realizando una parodia de instalación museológica para evidenciar la narrativa histórica difusionista. 

Las afinidades Asia-América presuponen un mundo antiguo más dinámico  que el supuesto tradicionalmente, que por supuesto no niega la profunda  originalidad de las culturas americanas, sino que las ubica en un contexto de  intercambios globales. La intención de historicismo revisionista de Ospina su relevancia en la cultura latinoamericana contemporánea. Extrapola las  implicaciones del difusionismo antiguo, a las reflexiones contemporáneas  acerca de la situación del artista latinoamericano actual. Con un sentimiento  deje-vù, cuestiona la crítica modernista, en la cual el arte latinoamericano al  ser parte de un movimiento global, es visto como periférico, derivativo y  negado de su originalidad. 

1 Colaboradores, hábiles pintores como José Garcia. 

2 Bodegón con cacharros de Francisco Zurbarán. (c.1650). Se conocen dos versiones casi  idénticas de la misma obra, una en el Museo del Prado, y la otra en el Museo Nacional de Arte de  Cataluña.  

3Jeremy Leona, Romantic Puccini’s Madame Butterfly and the concept of orientalism

4 Realizado con la colaboración de la meso-soprano colombiana Adriana Patricia Herrera. 

5 Su obra tiene afinidad con la de varios artistas de su misma generación, tales como Takashi  Murakami, al explorar asuntos de hibridez en relaciones globales como las japanimation.